jueves, 13 de marzo de 2008

DRÁCULA EN ESPAÑA


Rafael Angel Pintos Méndez nació en 1965 en la misteriosa Galicia, pero prefiere que lo llamen por su nombre mágico: Vladimir Bathory Basarab. Según afirma Pintos, es la reencarnación de Vlad Tepes ´El Empalador´, el célebre noble rumano Conde Dracul, que inspiró a Brad Stoker la novela ´Dracula´, y escogió Galicia para reencarnase ´por el fuerte culto a la muerte que manifiesta la cultura rural gallega´ (?).

Desde niño, según ha confirmado su profesor de EGB, don Pablo, ya tenía un comportamiento extraño, siendo un niño absolutamente introvertido. A los 17 años, viendo una película de Christopher Lee (poco imaginaba el adolescente Rafael que terminaría compartiendo plató de TV con el legendario actor), tuvo una especie de ´revelación´, y se hizo consciente de su naturaleza vampírica. A partir de entonces vivió un proceso de aún más acentuada introversión. Se sentía incomprendido -aún lo es- y comenzó a frecuentar cementerios y camposantos aprovechando la soledad nocturna. ´En los cementerios –dice- me siento revivir. Para mí, meterme en una tumba o en un nicho es como volver a casa…´.

Después llegaron sus visitas al matadero. Con un copón especial pedía permiso para beber la sangre de los animales sacrificados, y comenzó a correr, de boca a boca, la existencia de tan pintoresco personaje en Poio. Sus visitas a los cementerios y al matadero lo han convertido, con los años, en un personaje muy popular. Ha sido entrevistado por docenas de revistas y periódicos, e incluso fue portada de la revista esotérica ‘Ritos’ en su número 10 (octubre 1992).
Actualmente es un personaje muy famoso en Pontevedra. Es fácil verlo, destaca de la masa. Su forma de vestir, como un dandy romántico de finales de siglo XIX, con bastón, chistera o capa, llama la atención. Sobretodo de los indeseables. Al menos en tres ocasiones bandas de gamberros lo han hecho blanco de su violencia, y ha recibido terribles palizas, solo por el delito de ser consecuente con sus creencias. Pero, pese a las burlas y la incomprensión de sus vecinos, y a las palizas de los gamberros, Rafael Pintos continúa viviendo su fe.

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