Primero se llevaron a los negros,
pero a mi no me importó, por que yo no lo era.
Enseguida se llevaron a los judíos,
pero a mi ni me importó, porque yo no lo era.
Después detuvieron a los curas,
pero como yo no soy religioso, tampoco me importó.
Luego apresaron a unos comunistas,
pero como yo no soy comunista, tampoco me importó.
Ahora me llevan a mi, pero ya es tarde.
miércoles, 7 de mayo de 2008
EL MÁS BELLO AMOR
Anteayer distante.
Un día muy remoto
me encontré con el vidrio nunca visto,
con una mariposa de lengua,
con esa vibración escapada de donde estaba bien sujeta.
Yo había llorado diez siglos
como diez gotas fundidas
y me había sentido con la belleza de lo intranscurrido
contemplando la velocidad del expreso.
Pero comprendí que todo era falso.
Falsa la forma de la vaca que sueña
con ser una linda doncellita incipiente.
Falso lo del falso profesor que ha esperado
al cabo comprender su desnudo.
Falsa hasta la sencilla manera con que las muchachas
cuelgan de noche sus pechos que no están tocados.
Pero me encontré un tiburón en forma de cariño;
no, no; en forma de tiburón amado;
escualo limpio, corazón extensible, ardor o crimen,
deliciosa posesión que consiste en el mar.
Nubes atormentadas al cabo convertidas en mejillas;
tempestades hechas azul sobre el que fatigarse queriéndose,
dulce abrazo viscoso de lo más grande y más negro,
de esa forma imperiosa que sale a resbaladizo infinito.
Así, sin acabarse mudo ese acoplamiento sangriento,
respirando sobre todo una tinta espesa,
los besos son las manchas, las extensibles manchas
que no me podrán arrancar las manos más delicadas.
Una boca imponente como fruta bestial,
como un puñal que de la arena amenaza el amor,
un mordisco que abarcase toda el agua o la noche,
un nombre que resuena como un bramido rodante,
todo lo que musitan unos labios que adoro.
Dime, dime si el secreto de tu dulzura esperada,
de esa piel que reserva su verdad como sístole;
duérmete entre mis brazos como una nuez vencida,
como un mínimo ser que olvida sus cataclismos.
Tú eres un punto sólo, una coma o pestaña;
eres el mayor monstruo del océano único,
eres esa montaña que navegando ocupa
el fondo de los mares como un corazón desbordante.
Te penetro callando mientras grito o desgarro,
mientras mis alaridos hacen música o sueño,
porque beso murallas, las que nunca tendrán ojos,
y beso esa yema fácil sensible como la pluma.
La verdad, la verdad, la verdad es ésta que digo,
esa inmensa pistola que yace sobre el camino,
ese silencio -el mismo- que finalmente queda
cuando con una escoba primera aparto los senderos.
Vicente Aleixandre
«El más bello amor»
Un día muy remoto
me encontré con el vidrio nunca visto,
con una mariposa de lengua,
con esa vibración escapada de donde estaba bien sujeta.
Yo había llorado diez siglos
como diez gotas fundidas
y me había sentido con la belleza de lo intranscurrido
contemplando la velocidad del expreso.
Pero comprendí que todo era falso.
Falsa la forma de la vaca que sueña
con ser una linda doncellita incipiente.
Falso lo del falso profesor que ha esperado
al cabo comprender su desnudo.
Falsa hasta la sencilla manera con que las muchachas
cuelgan de noche sus pechos que no están tocados.
Pero me encontré un tiburón en forma de cariño;
no, no; en forma de tiburón amado;
escualo limpio, corazón extensible, ardor o crimen,
deliciosa posesión que consiste en el mar.
Nubes atormentadas al cabo convertidas en mejillas;
tempestades hechas azul sobre el que fatigarse queriéndose,
dulce abrazo viscoso de lo más grande y más negro,
de esa forma imperiosa que sale a resbaladizo infinito.
Así, sin acabarse mudo ese acoplamiento sangriento,
respirando sobre todo una tinta espesa,
los besos son las manchas, las extensibles manchas
que no me podrán arrancar las manos más delicadas.
Una boca imponente como fruta bestial,
como un puñal que de la arena amenaza el amor,
un mordisco que abarcase toda el agua o la noche,
un nombre que resuena como un bramido rodante,
todo lo que musitan unos labios que adoro.
Dime, dime si el secreto de tu dulzura esperada,
de esa piel que reserva su verdad como sístole;
duérmete entre mis brazos como una nuez vencida,
como un mínimo ser que olvida sus cataclismos.
Tú eres un punto sólo, una coma o pestaña;
eres el mayor monstruo del océano único,
eres esa montaña que navegando ocupa
el fondo de los mares como un corazón desbordante.
Te penetro callando mientras grito o desgarro,
mientras mis alaridos hacen música o sueño,
porque beso murallas, las que nunca tendrán ojos,
y beso esa yema fácil sensible como la pluma.
La verdad, la verdad, la verdad es ésta que digo,
esa inmensa pistola que yace sobre el camino,
ese silencio -el mismo- que finalmente queda
cuando con una escoba primera aparto los senderos.
Vicente Aleixandre
«El más bello amor»
DE PEDRO SALINAS
¿Serás, amor,
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico,
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primera condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacía atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico,
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primera condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacía atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)